No es que le gustara la verga... #2 Primera Parte

No es que le gustara la verga... #2 Primera Parte...es que necesitaba de macho.Eso decían quienes la veían montar por ahí, y era de esperarse. Su belleza regia se imponía: Esas tremendas nalgas; tez suave y deliciosamente morena; bellos rasgos norteños, y unas tetas de las cuales uno se amamantaría como becerro hambriento a vaca lechera, ufff... todo eso la hacía una hembrota totalmente deseable.Sin embargo, los locales bien sabían cómo trataba a los hombres, en especial a sus empleados. Era por muchos conocido que Doña Martina odiaba a los hombres más que a cualquier otra cosa en el mundo. Que sólo se relacionaba con ellos por cosa del trabajo. Y que, si bien contrataba a alguno para realizar trabajos en su finca, los trataba casi como a****les de carga y ni poco más.Juan, no obstante, estaba interesado en trabajar para la doña, luego de platicar con Anselmo, un viejo borrachín a quien le invitó una garrafita de alcohol de caña con tal de que le contara algo de su hermano Pablo, quien estaba extraviado y por el que Juan estaba en ese pueblo.?No mi amigo. A tu hermano ya no lo vas a encontrar vivo. Por acá eso diario pasa. Los hombres, los fuereños como tú, se desaparecen de un día pa´ otro y ya nadie los vuelve a ver. Es como... como si se los tragara la mismísima tierra. Tu hermano no es el primero.?¡¿Pero cómo puede ser?! Mi hermano siempre fue tranquilo, no se metía con nadie. Si lo conoció usted se debió dar cuenta. Vino aquí sólo pa´ buscar trabajo?Pues porque lo conocí te lo digo. Mira, te lo voy a contar pero nomás pa? que sepas y te largues de estos rumbos. Tu hermano ?taba trabajando para Doña Martina y dicen que ella es una nahuala.?¿Cómo? ¿De qué me habla??Que es una nahuala. Una que por el día luce como mujer pero que por las noches se vuelve un a****l. Una bestia que devora hombres.Y así Anselmo le platicó los rumores que en el pueblo circulaban desde hacía tiempo, y que explicaban que las desapariciones de hombres se debían a la maldición que pesaba sobre la mencionada seño. Martina, según decían, era un ser condenado a odiar a los hombres pero a la vez desearlos imperiosamente.?Por las noches le dan unos ataques de lujuria que le calientan la sangre?, aquél le dijo.?Dicen que la han visto retorciéndose en su cama, toda encuerada y que parece que le entrara una especie de fiebre que no sólo la hace sudar, sino que hasta revolcarse en su propio lecho, batida toda en sus exudaciones. Que es víctima de un ataque de ansias y que, pa? calmarse, no deja de acariciarse toda. Sus pechos, sus piernas, sus muslos, sus caderas, sus nalgas... bueno, toda. Que se soba los remates de sus tetas, y que se mete mano ahí, en la mismita raja con esperanza de aplacarse esa ansiedad, pero que nada. Que sólo incrementa su necesidad, su deseo de hombre.?Es por eso que aquella vieja, como bestia en brama, sale por las noches a buscar hombre. Que le escurren jugos pegajosos de la raja, que le chorrean por los muslos, manifestando su necesidad. Esa mujer, que a diario odia a los varones, se ve obligada a buscar hombre para saciar su necesidad de macho.?Pero cuidado con ser con quien se quiera ella saciar. Aquella condenada lleva un infierno de lujuria por dentro que le hace lamerse sus propios pezones y meterse el dedo en la gruta, sí, pero luego de meterse hombre, esto no la sacia. Dicen que una vez que el hombre se le ha venido ella se transforma en una bestia horrible y se traga al macho no dejando ni rastro?.Pese al consejo de Don Anselmo, Juan acudió a la finca de la seño Martina a buscar trabajo. Estaba decidido a indagar, a como fuera, el paradero de su hermano. Fue así como la vio por primera vez. Ella lucía arrogante, elegante, aunque también desafiante, siempre mirando altiva. Su sola presencia hizo que a Juan se le engrosara y se le parara la verga.?...?irenla, si hasta parecen ubres de vaca?, dijo alguno de los trabajadores recién contratados, compañeros de Juan, haciendo alusión a las formidables tetas de su patrona.Juan, sin decir nada, estuvo de acuerdo con el comentario. La doña se cargaba un cuerpo de Diosa. Algo pocas veces visto.Por ello, entre la plebe que laboraba para la seño, solían haber comentarios como: ?Daría lo que fuera por pegarme a sus chiches y mamárselas hasta dejárselas secas...?, o ?Un día de estos me la voy a coger, aunque me mate, ya no aguanto... me rehierven los huevos cada que la veo?.Era inevitable echarle, cuando menos, un vistazo cada que se podía, pese al temor que ella provocaba, y esto no sólo por lo que se hablaba de ella sino también por su temperamento.?Le juro que yo no dije nada ?rogó el menudo trabajador a la mujer.?¡Cierra el puerco hocico y quítate la camisa! ?dijo ella autoritaria.Dos peones que sujetaban a aquél, sin necesidad de recibir orden directa de Martina, le quitaron la prenda mencionada arrancándosela prácticamente.?¿Y eso? ?preguntó Juan al ver que su compañero era protagonista de tal escena.?Es que al muy pendejo se le fue la lengua y la patrona lo alcanzó a oír ?le respondió otro trabajador.?¿Pu?s qué dijo??Que para ese par de nalgotas que se carga no hay lomo de caballo que las abarque ?respondió.?¿Y nada más por eso??¿Qué, querías más? ?dijo el otro y rio sin dejar de hacer su faena.Mientras tanto la patrona tomó el fuste que llevaba en la cintura y con gran habilidad, ganada sin duda por la continua práctica, dio de azotes al hombre castigado.Como los demás peones ya estaban acostumbrados al carácter de la dama, no hicieron caso. Después de todo no querían arriesgarse a perder sus trabajos. No obstante, Juan no tolero tal atropello.Corrió hacia ella.?¡Ya estuvo! ?gritó Juan, al mismo tiempo que con su callosa mano le tomaba de la muñeca a la dueña de aquella finca.La otra, ni tarda ni perezosa, le dio un fuerte bofetón con su otra mano al jornalero.?¡A mí nadie me da órdenes, ni mucho menos un jodido como tú!Al otro le salió lo macho y, pese a ser mujer, y su patrona, le respondió la bofetada.Ahí ya no se contuvo Martina. Apoyada por sus peones leales, le dieron una golpiza a Juan que lo dejó en el suelo. Luego dio órdenes para que lo encueraran y así lo obligaron a pasar la noche atado en el cepo, un tronco que estaba adaptado para tales castigos.El frío nocturno le caló la piel y luego los huesos conforme avanzaron las horas. Juan era macho y resistió, sin embargo, él no era el único que sufría aquella noche. Martina, en su habitación, no dejaba de dedearse sin poder así calmar sus ansias de hembra insatisfecha. Su piel no dejaba de segregar humedad; los temblores de su carne evidenciaban su necesidad. Ella necesitaba de macho. Las ganas le obnubilaron el discernimiento y...?!Mmmmm... con un pinche carajo, ya no aguanto!?, se dijo, e hizo lo que cualquier hembra en celo haría. Salió a buscar hombre.Continuará...